Cada noche inquieta, camino de una pared a otra,
no hay corrientes de aire, sólo mi aliento ansioso y cansado.
Solamente el ambiente pesado de los pensamientos,
nada más que el zigzag de un viento encerrado.
Cada amanecer inoportuno, doy vueltas en el colchón,
sin respeto por el reloj, dejando tirado el cuaderno en suelo.
Abandonando la lapicera gastada y las ideas trabadas.
Rindiéndome en un sueño diurno.
A las cortinas las dejo cerradas de día para que mis ojos no se molesten,
y me gané el vicio de comerme las uñas gracias, a su recuerdo, y a dejar de fumar.
Vivo de noche porque el silencio me inspira, me baja un cable a tierra,
me tranquiliza y me critica…
Duermo de día porque su ruido me aturde, me pone molesto,
me asfixia y me desespera…
Escribo de noche porque me despierta la mente; mis dedos se afirman y mi muñeca está atenta, para escribir lo que pasa en la oscuridad, más el polvo y las medias, por debajo de la cama.
Descanso de día porque muchas miradas me aterran, sus típicas charlas de “buen día” me aburren. Veo más claro en mis sueños, y cuando me despierto, se que está durmiendo, y no me cuesta olvidarla.
jueves, 27 de agosto de 2009
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