martes, 18 de agosto de 2009

Cieguito, mi amigo

Esta vez tengo noticias de mi amigo tonto, el Cieguito.
Debo anticiparles que es alguien que no sabe controlar su autoestima. Primero, porque no es la de él, y segundo, porque no ve que no es la de él. El pobre recorre escenarios gastados con un disfraz que ya se vio muchas veces, y encima, se cree el futuro nuevo líder de viejos trucos, de esos que las trampas las descubre un guachito de primaria. Sin ninguna pizca de lo propio (nada, pero nada eh!) busca en la fórmula segura y de moda un lugar que no le pertenece ni le queda bien, y usa mal.


Mis queridos amigos, el Cieguito, de todas formas, tiene un poroto a su favor: encontró el secreto de ir y venir del ridículo a su parecer. Es un gran acróbata del precipicio que bordea a ojos vendados sin tambalear.


Buscafama profesional, con autobombo y sin moral, no tiene cara ni vergüenza si para “llegar” hay que seducir a los peores, convocar a los giles, lamer unas cuantas botas de los que codean las estrellas, y cree que tienen la verdad.


Una vez quise alertarlo (¡en serio!) que era uno más de lo mismo, que eso ya lo habíamos visto tiempo atrás. Que sus noches no eran fiestas, que en realidad eran una receta para ser la banda de tiempos de previa, para matar con una cerveza, con una minita por levantar. Que iba a ser esos pesos mal gastados, los bostezos. Una patética fábrica de vergüenza ajena. Intente decirle, que sus planes no servían ni para música de fondo, ni siquiera, como ejemplo de lo que hay que superar.


Y ahora se lo ve, como dije, recorriendo escenarios gastados.

Y bueno… pero nosotros sabemos: ‘No hay peor ciego que el que no quiere ver’.

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